Por: A.F. Osorio / Relatto
Cuando el ingeniero Dida Minarete aceptó el encargo de rescatar el tesoro no imaginó los imprevistos que la tarea le había preparado. Parecía un asunto sencillo: llevar un sumergible a la zona donde estaba hundida la antigua Bogotá, descender unos cuarenta metros, ubicar el preciado artefacto y entregarlo al pagador de la misión. No obstante, otros emprendedores que competían con él en el alicaído sector de los rescatistas de tesoros habían declinado la oferta, otros, de plano, fracasaron. En el gremio se rumoraba que los lodos de la laguna eran impredecibles y que ninguna tecnología ni pericia eran capaces de superar la mezcla de tierra y agua que dormía en las profundidades.
El objeto a rescatar era una ensaladera de oro y joyas preciosas, hecha a partir del cálculo renal de un camello. La concreción expulsada por el animal tenía un diámetro de seis centímetros y el contratante de la misión le atribuía cualidades mágicas. El cálculo decoraba la parte alta de la fuente, lucía cuatro diamantes incrustados, visibles desde cualquier punto en que fuera observada la sólida secreción, de la cual caían dos ramas que atenazaban la bandeja donde reposarían los vegetales o las frutas servidas. La pieza había pertenecido a los Hohenlohe austríacos y había terminado en manos de un joyero bogotano que la guardaba en la caja fuerte de su almacén en Unicentro, un tradicional centro comercial y de negocios de Bogotá que había quedado sumergido después de la inundación que devoró a la ciudad de la manera repentina que aún se recuerda.

*
Antes que Minarete, el ingeniero Núñez había estado a punto de aceptar el mismo encargo, pero declinó a último momento. Minarete hizo una cita con Núñez para informarse sobre los detalles del terreno y, sobre todo, de la razón por la cual su competidor había renunciado. A Núñez le gustaba hablar y soltaba datos jugosos al calor de algunos pocos tragos. Cuando Minarete llegó al bar, Núñez lo estaba esperando, fue él quien sirvió las copas de vodka.
— El problema son los lodos, navegar allí es como caminar sobre un lodazal resbaladizo. No importa qué nave uses, allá abajo será torpe y el agua sucia la estropeará. Es una particularidad del terreno.
— ¿Fueron los lodos los que te obligaron a dejar el encargo?
— Puede ser, puede ser. ¿Te gusta este vodka? Es seco, lo prefiero sobre el que tomamos la última vez, me pareció dulzón el otro.
Núñez, aunque generoso en detalles técnicos sobre el oficio, tenía la detestable costumbre de irse por las ramas. Era buen bebedor, Minarete lo sabía y optó por beber despacio, no quería perder información por cuenta de una borrachera.
— ¿Sigues saliendo con aquella? —preguntó Núñez.
— Sí, a veces la veo, pero desde que estudio este caso no tengo tiempo para entretenimientos.
— ¿Entretenimientos? Ella no es un entretenimiento, es la gloria, es la humanización de un sueño, es como si Anita Ekberg estuviera entre nosotros, ¿no te das cuenta? ¡Bebe, idiota! Bebe para que vuelvas a la realidad.
— Volvamos a los lodos, Núñez. Tengo entendido que recolectaste muestras.
— Tengo un museo de muestras, podría pasártelas a buen precio.
— Núñez, conoces mi situación. A mi empresa no le ha ido bien.
— Eres bueno en los negocios, algo debes tener guardado. Y dime, ¿esa chica no tendrá una hermana o una amiga que me pueda presentar?
— Núñez, los lodos. ¿Qué comportamiento tienen bajo el agua?
Era flaco Núñez. Tenía una nariz enorme y porosa por cuenta del acné juvenil. Al beber trago, la nariz alumbraba como la de un reno de navidad.
— Es un lodo viscoso, es capaz de aglutinarse como el arroz pegajoso de algunos tamales, a veces pierde consistencia y causa derrumbes, pequeños o grandes.
Una carcajada estremeció el lugar.
— Núñez, ¿cuánto por la información detallada de los malditos lodos?
El bueno de Núñez abandonó el histrionismo por un momento. Tomó la copa, bebió de un trago el cuncho de vodka. Hizo una oferta escandalosa. Minarete puso los ojos en blanco.
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La pieza había pertenecido a los Hohenlohe austríacos y había terminado en manos de un joyero bogotano que la guardaba en la caja fuerte de su almacén en Unicentro, un tradicional centro comercial y de negocios de Bogotá.
El sobrevuelo transcurrió sin contratiempos. En las primeras horas de la mañana una niebla densa flotaba sobre la laguna. El helicóptero transportador superó sin dificultad los cerros orientales de la antigua Bogotá. La ciudad nueva era un conjunto de islas artificiales junto a picos de viejos edificios altos que sobresalían por encima de la inundación. La aeronave aterrizó en el helipuerto de una vieja estructura. Minarete supervisó el descargue del sumergible. En una lancha rápida llegó al centro de mando. Él mismo capitanearía la maniobra. El pago hecho a Núñez por la información de los lodos, la renta del helicóptero, la adecuación del sumergible y otros gastos lo habían dejado sin mayor presupuesto para contratar empleados. Emprender un negocio nunca es fácil, lo había aprendido desde que era un niño vivaracho que vendía software de tercera clase a los gitanos informáticos que vivían en el barrio.
La primera acción fue reconocer el terreno. El sumergible navegó sobre la laguna, abriéndose paso entre la niebla. Desde la superficie escaneó el lugar de destino. El antiguo centro comercial estaba intacto a pesar de la inundación, del paso del tiempo; conservaba el trazo poligonal que desde la altura del sumergible podía apreciarse como un búmeran olvidado en el fondo del agua. A Minarete le recordó la forma de una nave espacial, una nave nodriza que esperaba dormida, llena de tesoros y secretos en el lecho de la laguna. El sumergimiento comenzó justo después de que la niebla diera un poco más de visibilidad. El agua helada causó una leve interrupción en la comunicación. Minarete sudaba como los cirujanos que pasan horas bajo las luces del quirófano, usó un pañuelo de papel para secarse. La nave alcanzó, a unos 40 metros, lo que fue el techo de la construcción. Los famosos lodos de Núñez parecían inofensivos.

Mientras manipulaba los brazos del robot, Minarete imaginaba las razones para que alguien quisiera el preciado objeto que él ahora estaba buscando. Una ensaladera adornada con ornamentos de lujo en cuyo centro estaba el cálculo renal de un camello, ¿a quién podría interesarle una pieza similar? El contratante suponía que el desperdicio del animal traía buena suerte, además, la bandeja había pertenecido a una familia que sirvió a un antiguo emperador, lo que le daba un aire de prestigio. Era antiguo el artefacto y su longevidad también aportaba a su enriquecimiento. Nada más entretenía su mente cuando comenzó a ver el desplazamiento de los lodos. Núñez no había mentido. Parecían tener una vida propia además del impulso natural que les otorgaba el agua. Entre la luz que suministraba el sumergible, Minarete pudo ver cómo el lodo formaba ante él una figura amenazante: tenía cuerpo, podría decirse, también pudo entrever que la masa elástica formaba lo que podría ser un rostro, una cara amenazante. Sin tiempo para pensar en mitos o tonterías, el experto marino accionó un propulsor adicional. Si superaba ese pasillo podría encontrar el antiguo local del joyero donde estaba guardado el tesoro. Salir sería fácil porque otros marinos que habían fracasado en buscar esa y otras joyas habían dejado un buen número de túneles de escape. Si superaba los lodos, la misión estaría cumplida.
Epílogo (muchos años después).
Fragmento de una audioguía de museo.
Ahora, la pieza que tiene usted enfrente es una ensaladera que perteneció a la familia Hohenlohe de Austria, elaborada en el siglo XIX. El detalle más llamativo es el cuerpo redondeado del centro, que es en realidad el cálculo renal de un camello, por el que desde siempre se ha tenido como un amuleto de buena fortuna. Después de pasar por varias manos, la ensaladera permaneció en una joyería en el centro comercial Unicentro de Bogotá donde fue rescatada por el marinero Dida Minarete por encargo de un empresario de su tiempo, el señor Emilio Zhang. Los demás tesoros que puede usted apreciar en esta sala fueron extraídos de la misma caja fuerte de la que fue recuperada la ensaladera de los Hohenlohe. No cabe duda de que el lugar donde fueron encontrados reunía varios artefactos significativos de los siglos XIX, XX, XXI y XXII. A su mano derecha, por ejemplo, se encuentra…